Fosbury (como debería haber sido escrito)

Llevo toda la tarde pensando en Fosbury. Sorteaban los puestos de la plaza y yo tenía en la cabeza a Fosbury reventando la física atlética, tal y como había sido concebida.

Le importó poco que -hasta su llegada- todos habían escogido un modo de saltar altura homogéneo universal, clónico incluso. Pues él no era un visionario: era un astuto rebelde que quería llegar al punto en que todos -un poco más alto eso sí-, importándole poco la física hasta entonces aplicada.

Ni siquiera la belleza le importaba.

Fosbury era Fosbury en su estilo inimitable, todo él un Fosbury-flop alucinógeno. La maravillosa forma de decir: se puede llegar a los límites pero a mi manera. Eso sí, parecía un tipo desgarbado, un saltamontes enfermo, un muñequito de papel lanzado al aire que conseguía records olímpicos.

Y ahora resulta que hoy todo el mundo salta como él.

Siguen su misma doctrina clónica, homogénea y universal que les impide saltar como ellos quieren. Como ellos quieren en su cabeza. Por eso Fosbury me resulta el mejor de los ejemplos. Por eso no saltaré como él cuando me toque y todos se extrañarán.  Todos, por mi gesto.

Y yo pensaré en Fosbury como en uno más de los amigos que quise tener y que nunca conocí.

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