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Sueño erosionado

Estoy en una terraza del parque del Castillo en Belgrado. Hace calor. Los mosquitos son unos suicidas furiosos y hambrientos que caen sobre nosotros sin tregua. No importa el número de ellos que caiga. Irina lleva las piernas desnudas, tan blancas, montadas sobre unos zapatos de plataforma amarillos, los shorts a juego y una camiseta anaranjada, ceñida, que casi me deja vislumbrar sus pezones rojos y grandes sobre el seno erguido. Irina tiene el pelo corto, de un color pajizo y amarillo y me dice que es la sobrina nieta de Desanka Maximovich y me sonríe. Yo bebo una cerveza, ella toma un capuchino. Hay alrededor nuestra un montón de ruido. Parece que es un cumpleaños, y un montón de criaturas pequeñas corren de un lado hacia otro gritando y golpeándose entre las mesas y la hierba, desmontando las rosas que no son de verdad ni de plástico: son una especie de rosas de lego, y al llamarles la atención Irina -han dejado caer su bolso al suelo y se ha derramado su contenido-, vemos sus caras. No son niños, son unos pequeños monstruos, con rostros deformes, casi como esas caras que adornan los pórticos de las iglesias en al año 1000. Y se acercan con sus navajas abiertas en las manos y tratamos de huir pero no podemos, y despierto al sentir que me apuñalan la espalda. Irina, mientras abro los aojos me dice: I have no time anymore.

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