La mañana del día en que murió mi padre
me entretuve en escoger una corbata elegante
con la que amortajar su cuerpo.
Las miré una a una
escruté en sus bordes
el uso y su cuidado
y entre todas ellas
seleccioné la que parecía
la más antigua y la más usada
una corbata que daba la impresión
que aquella podía haber sido
una de sus favoritas
quizás la mismísima corbata predilecta
recordé cómo solía prepararme
el nudo simple o el Windsor
cuando aún no sabía
anudarlas
a mi cuello
y realicé el simulacro
de portar su corbata
y en vez de apretar el nudo
la saqué evitando mis orejas
y la dejé preparada
tras la puerta de mi dormitorio
y aunque mi intención era llevarla conmigo
y que acompañara a su mortaja camino del incinerador
la olvidé allí
y durante ciento trece días la he estado contemplando
y he pensado en mi padre cada día
y he pensado en que quizás
la corbata que acompañó
a su traje a medida
no fuera
la que más le gustaba
y he pensado también
en lo poco que importan
una vez que mueres
estas cosas fútiles
y en cómo nos importa
el baldío menester
de todo lo que nos acontece
y en lo fácil que resulta olvidar
que no viviremos
para siempre.
La poesía preciosa y muy realista.
Cómo me ha emocionado leer este poema. Llega al Alma.
Interesante!!
Deberíamos vivir como si cada día fuera el último