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Perded toda esperanza

Si lee las noticias, ve la televisión y se asoma con cuidado por la afilada barandilla que nos separa del pozo ciego de la vida nacional, intente no caer arrastrado por el vértigo que procura mirar a su interior, ése en el que nada se puede vislumbrar, pero del que escapa un hedor insoportable que nos fuerza a alejarnos de su filo resbaladizo y que nos atrae con la misma intensidad con la que un agujero negro atrae a su negrura a todo cuerpo celeste cercano.
La preocupación se extiende como una mancha de aceite aderezada por la depresión económica y sus consecuencias. Hoy los diarios alertan de que en el presente año más de 160.000 ejecuciones hipotecarias van a producirse. Demasiadas, porque son ejecuciones que afectan a familias que, en la mayoría de los casos, ya se encuentran bajo el temido umbral de la pobreza, umbral que ya han atravesado el 21% de la población española en 2012 y en cuya puerta, cada día más ancha, se puede leer con letra clara como en el infierno de Dante «perded cuantos entréis, toda esperanza». Es la misma esperanza que han perdido ese 12,7% de la población española que llega a fin de mes con mucha dificultad, o que, simplemente, no llega.

Mientras tanto, entre cacerías de elefantes y visitas a Suiza, el reino se deshace. Bajo sus alfombras de cashmire y frente a las jetas blindadas de los tesoreros de los partidos políticos y de los legisladores que viajan con gastos pagados y dietas —aunque vivan en la misma capital del reino—, de los dirigentes sindicales que aplican la legislación que denuestan y a la que formalmente se oponen, mientras exigen transparencia y ocultan, con silencio lleno de sarcasmo, el precio que obtienen del ejercicio del poder, mientras todos ellos viven en áticos con vistas a paraísos fiscales y no a Carabanchel, las bolsas de basura llenas de billetes de 500 euros corren a Andorra, a Marbella, a las casas del Fulano o de la Zutana de turno, que para todo debe existir paridad.

La primavera española del 15-M se deshizo como la nieve al despertar de la primavera y el afán organizativo y asambleario de sus cuadros, pronto escindidos en múltiples plataformas, secciones y hasta partidos políticos. Gordillo ya no corre por la banda con las medias caídas ni calzando fincas a fuerza de marchas rojas. La revolución jornalera murió en el agua límpida de las piscinas ocupadas por el pueblo y para el pueblo. Nadie, en esa primavera trágica, pensaba que todo iba a acabar tan rápidamente: a su marea multicolor la ha sucedido otra corriente más fuerte y menos festiva: la corrupción política, la degradación económica, el triunfo de los hijos de Friedman, que han decidido terminar con la cosa pública en vez de devolverle su naturaleza esencial.

Pero las élites políticas son extractivas. Esto no es nada nuevo en la historia de la humanidad ni es exclusiva de este país aún llamado España. Las élites políticas, duchas en el repliegue táctico y el menudeo de prebendas, son las que conducen el Titanic hacia el iceberg y piden a esos ciudadanos de tercera clase —que son los mismos que no llegan a fin de mes— que salten los primeros del barco, que con sus impuestos procuren arreglar el déficit en el que el Estado ha incurrido con su inestimable colaboración y lleven al barco a mejor puerto, aunque se ahoguen por el camino.

Ayer leía que un columnista, atónito e incrédulo, no entendía como alguno de los seis millones de parados no cambiaba su prestación por un Ak-47 de los que se venden en el mercado negro. Los griegos, que siempre fueron por delante nuestra en esta aporía que es la historia, ya recibieron el llamamiento de Mikis Theodorakis, que confundió a los bancos y a los mercados financieros con el Mal, en mayúsculas, y nos invitaba a combatirlos. Sin embargo, como los griegos, tampoco estamos libres de pecado. Nadie se atreve a tirar la primera piedra o a lanzar el primer cóctel molotov. Esta es una sociedad incívica, en la que la idea de tributar según lo que nos corresponde se aplica según qué rasero. El defraudador de impuestos, el que no paga el ticket del aparcamiento municipal, el pirata informático amateur que emplea la red wi-fi del vecino sin su consentimiento, el que descarga música por internet, utiliza software sin licencia, los que menudean con droga, los que acuden a burdeles donde se esclaviza, entre muchas otras cosas, son, desgraciadamente, legión.

Y en eso estamos, dándole la razón a Nietzsche, mirando a ese abismo que se llama España, que también nos está mirando a nosotros.

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