Dicen siempre que son elementos aislados, como electrones siguiendo una ruta errática sobre un átomo, pero en España se ha pasado de vivir el abucheo como síntoma, como puro accidente, a convertirse en un país que abuchea. Se abuchea al señor presidente, se abuchea al señor ministro, se abuchea a la señora ministra, abuchean al señor matanza y abuchean hasta al Papa. Abuchearían a Jesucristo y a Trosky, a Ho Chi Minh y a Gandhi si fuera posible, a los muertos, a las tumbas, a las paredes, al cielo mismo. Es un país que ha perdido la voz y la palabra, pero que no sabe callar, que necesita nuevas vías de expresión, que necesita construir discursos o realizar acciones que vayan más allá del sonido empobrecido de una mala banda de rock. Pero mientras hace ruido, sin saber muy bien por qué, siguen amaneciendo bajo la misma tristeza de la rutina, de la desazón diaria, del miedo al futuro.