conspiración

Están todos en contra mía. Lo sé desde primera hora, cuando salgo a la calle a comprar esos bollos de pan negro recién hechos que tanto me gustan, cuando paseo por Black Rock y camino sin prisa junto a la costa embravecida por el paso de los ferrys que parten desde Holyhead hasta Pembroke o Rossalare. Me interpelan por la calle, me preguntan absurdos términos complejos sobre baloncesto y yo les digo que tan solo vean algún video de Galis jugando al baloncesto. Y van a mi lado, como bestias feroces de algún zoológico, abriendo sus fauces a mi paso. Y todo está en contra mía, los restos que dejan en mi pantalla, las facturas en el buzón, los textos que desde el otro lado del mundo me remiten con anotaciones y revisiones activadas para que sepa que no puedo cambiar, como si esa fuera la forma de hacer las cosas, de poder caminar hacia la torre Martelo, y estar solo, allí, frente a ella, mientras el mundo es un monstruo devorado por el mar amable, fiero, casi negro como el cielo.

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