Los poetas visitan a Kavafis

Como ando revistando a Kavafis, os cuelgo un texto que escribí hace tres años, en el avión de regreso a Dublín tras pasar unos días en Egipto. Lo único que conservo de esos cuadernos de notas de los que hablaba y que, como por arte de magia, van a dar a un oscuro lugar del que no es posible rescatarlos.

Para toda persona que tras visitar El Cairo decida no volver a viajar a Egipto, incluso desdeñando todo su impresionante pasado monumental, sus museos excesivos y su recorrido río abajo (El mismo río de Kurt, el mismo río), nada mejor que administrar una dosis sabia de Alejandría. 
Ciudad que devuelve la fe en lo que ha sido el hombre y aún puede ser, ciudad abierta a la mar, convertida toda en bahía, aire que trae olores de Venecia, de Estambul, de Malta, Chipre y Grecia, sobre todo Grecia. 
Una sensación parecida a la que Carlos M. A. tuvo que experimentar al enfrentarse a sus reminiscencias atenienses fue la que debí experimentar en mi primera estancia en Alejandría. 
Será que el aire limpio del Mediterráneo, su club griego frente al mar, su faro presente, su biblioteca luminosa, sus calles recorridas por un suave candor cosmopolita irreconocible en El Cairo la hacen tan cercana al viajero que se acerca a ella. 
Y sobre todo el café L’Elite con su frontal rojiblanco. Aroma de Kavafis y rastro de Ungaretti, el otro gran poeta doblemente alejandrino. A quien le extrañe que no haya mencionado las catacumbas de Kom El Shogafa, la monumental nueva Biblioteca de Alejandría o la columna de Pompeyo que no se deje engañar: mucho mejor es ver el frontispicio (es una broma, la fachada es de inspiración neoclásica) del teatro de la ópera de Alejandría. 
Nunca el nombre de un boxeador llegó tan alto.
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