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Materia sublevada. Víctor Rodríguez Núñez. RIL Editores. Barcelona, 2021.

Materia sublevada. Víctor Rodríguez Núñez. RIL Editores. Barcelona, 2021.

Rafael Muñoz Zayas

El pasado año, junto a Álvaro García, Rosa Romojaro, José Infante y María José Jiménez Tomé tuve la fortuna de pertenecer al jurado de la vigésima novena edición del Premio Manuel Alcántara de Poesía, en el que el poeta cubano Víctor Rodríguez Núñez, con el texto Siete proposiciones de lugar, fue galardonado. 

En principio, que entre cerca de trescientos poemas sea merecedor del premio, uno entre todos ellos, sancionado por el jurado de forma casi unánime, nos ofrece alguna garantía de que el autor premiado posee el mérito atribuido a una obra concreta, la presentada al certamen.

En el caso de Rodríguez Núñez, una vez abierta la plica, comprobamos con cierto alivio que esta obra que se premiaba estaba inserta dentro de un cosmos poético personal de altos vuelos, tanto literarios como de reconocimiento crítico, y que había sido merecedor, entre otros, de diferentes premios tanto en su Cuba natal como en México, Costa Rica o España, entre los que destacan el Gil de Biedma o el premio concedido por la Fundación Loewe en 2015.

Llama la atención que en este currículo literario brillante que atesore un reconocimiento al conjunto de su producción en Italia, donde recibió hace apenas un par de años, en 2020, el Premio Pescara de Poesía. Es de esa obra en su conjunto, a través del libro que les presentamos, de la que queremos hablarles.

Nace también de este mismo premio esta reseña. Uno o dos días antes de que se hiciera el acto de público de entrega, el presidente del jurado, Álvaro García, se comunicó con algunos escritores para hacerles partícipes de la presentación de la presentación de Materia sublevada en la Librería Luces de Málaga, luces de Heráclito, que diría Javier la Beira.

Gracias a la labor de José Antonio García, la Libería Luces se ha convertido en verdadero referente de la cultura literaria de la ciudad, acogiendo a autores de paso por esta Málaga literaria, novedades ajenas a las modas y, sobre todo, dedicando un especial mimo a los escritores que dedican a la poesía sus esfuerzos, más allá de su labor de consejero literario que ejerce cuando se le solicita con interés y sabiduría junto a sus compañeros. También, gracias a él, la presentación que se realizó está disponible en el mundo digital para todos aquellos que lo demanden. 

Materia sublevada es la antología que Víctor Rodríguez realiza de su obra, lo que él considera lo mejor y más representativo de lo publicado en dieciséis libros, como nos señala en el aviso a navegantes con el que principia el volumen. Libros escritos en un largo periodo de tiempo, entre 1979 con la edición de Cayama y 2018, año en el que vio la luz enseguida (o la gota de sangre en el novel). Es por ese conjunto, más los poemas que habrán aparecido salpicados en revistas literarias a lo largo de todo el territorio hispano y no, por lo que recibió el premio Pescara antes señalado y del que este libro nos da noticia. Distingue, el propio autor, ejerciendo labores de académico, tres fases en su poesía y una aspiración global en su obra, enumerando de forma sintética, pero eficiente las fuentes que construyen su vocación poética.

Empecemos por las fuentes, pues se adivinan, tamizadas por su personalísima escritura poética, las influencias de Lorca y Alberti. Del primero nos señala una lección maestra de lo que es poesía y en su oposición, lo que no debe serlo. Este teorema lorquiano queda reducido al siguiente enunciado: “Poesía es pensamiento por imágenes y discurso rítmico”.

De Alberti, según nos señala, toma cómo debe ser entendido el oficio de poeta, que, en su caso, en este año en el que nos acercamos al 120 aniversario de su nacimiento, es, más que nunca, oficio de creación en el que el lenguaje artístico vulnera todo límite y se incardina en imagen y texto y del que Víctor Rodríguez asume su magisterio en una de las líneas que define su poesía a partir de los 2000. Junto a estos dos poetas, otro de sus coetáneos, el peruano César Vallejo, del que asume el afán por innovar los modos del decir en la tradición poética. Y más allá de este trío de ases, dos poetas latinoamericanos como Juan Gelman y José Emilio Pacheco. 

Cada uno de estos autores, resuelve, en opinión de Rodríguez Núñez, dos problemas distintos relacionados con el hecho poético, por un lado, y con la condición de poeta, por otro. El primero abrió, siempre para nuestro autor, la posibilidad de hacer convivir lo lírico y lo coloquial en el poema; el segundo, la enseñanza que para ser poeta hay que ser intelectual primero, de tal forma que el poeta es un intelectual que expresa el pensamiento a través de la poesía.

No olvida a los poetas cubanos con los que inicia en el género, la poeta Albís Torres, que fue la primera que le enseñó el camino de la poesía, y el taller de La Habana del salvadoreño Roque Dalton, a modo de república igualitaria de las letras. 

Estas fuentes, sin duda alguna, son solo un atisbo del caudal literario al que se ha asomado el autor, pero es de agradecer que nos sitúe con claridad los puntos cardinales en los que se asienta en su obra poética. Otro de los dones que alumbran al poeta es su capacidad de autoanálisis, de examen de su propia escritura y de disección de las etapas en las que establece los diferentes ciclos que le dan vida. 

En la presentación de su libro nos habla de la existencia clara y delimitada de tres etapas, aunque, como veremos, esta separación atiende a un punto de vista formalista, y quizás el acercamiento a esta antología a través de los temas, transversales, reveladores de un hondo poso humano y existencial, es quizás más oportuna en esta breve reseña.

Volviendo a las fases que nos señala, nos indica que la primera abarca hasta antes de la publicación Actas de medianoche I, es decir, desde Cayama (Santiago de Cuba, Uvero. 1978) hasta la primera antología que cierra este periodo Con raro olor a mundo: Primera antología (La Habana, Unión. 2004). 

En la antología que tenemos entre las manos, serían el conjunto de poemas, desde Fábula, texto a modo de poema prologal con el que nos adentramos en esta obra, hasta Elogio del neutrino. El autor adscribe estos poemas a la corriente de la poesía que denomina “poesía conversacional”, ciclo que termina en opinión del autor porque “el poema se había convertido en una cárcel y tenía que salir de allí de alguna manera”.

Para poder escapar de esa cárcel en la que el poema se convertía en una unicidad clásica en el sentido más puro del término, un texto donde significado y significante formaban un todo indisoluble que se debía fijar en una página, el poeta acude al recurso de la elección no predestinada de esa forma, al flujo casi inconsciente del caudal poético, buscando un modo de escritura “lo más puro posible. No se trata de escritura automática, al modo de los surrealistas, sino de escritura orgánica, registro del pensamiento que ocurre…”. 

Esta conciencia orgánica se alumbra simultáneamente a la toma de conciencia del lugar desde donde se escribe, y esta iluminación clarifica la profundidad del propio yo que se torna poético en la escritura.

El concepto de poesía orgánica tiene su correlato en los libros Actas de medianoche I Actas de medianoche II, los dos publicados en España, el primero por la Junta de Castilla y León, en Valladolid, en 2006 y, el segundo, por la Diputación Provincial de Soria, en 2007 y, desde el lenguaje académico del poeta, enuncian otro de los principios sobre los que se asienta su obra: “Cayama es el sitio de enunciación de toda mi poesía”. Siendo Cayama el lugar del que procede el poeta, primer territorio donde la vida se vuelve mito y se inicia la conciencia que alumbrará la poesía. 

Siguen a estos poemas los pertenecientes al poemario Tareas, Premio Rincón de la Victoria en 2011, y publicado por la Editorial Renacimiento de Sevilla. Desde el poema “Orígenes” al poema “Citadinas”, donde se alternan versos enraizados en la cotidianeidad vivencial del autor con iluminaciones de altura, destellos de ese lugar que llamamos poesía que cimbrean toda esta antología de Víctor Rodríguez:

“el gorrión que interrumpe/el cabo de la vela/penumbra desatada/calle san Nicolás/gallo muerto en la esquina sin malicia/río que crecerá entre azoteas grises/no hay credo que te haga germinar”.

La antología va recorriendo a través de la producción última del autor, recogiendo poemas de diferentes libros, como son los pertenecientes al accésit del Premio Jaime Gil de Biedma, el formalismo clásico de las décimas que desgrana en Deshielos (Valparaíso Ediciones, 2014), los poemas que conforman Desde un granero rojo, Premio Alfons el Magnànim, Madrid, Hiperión, 2013, hasta los poemas que forman parte de Enseguida (O la gota de sangre en el nivel), Santiago de Chile, RIL, Aerea, 2018, que son los que cierran esta amplia selección en la que el autor rompe la regla de ser un mal antólogo de sí mismo, propiciando una visión completa, transversal e integradora de su voz poética a lo largo del tiempo y de los diferentes momentos en los que es escrita, siendo capaz de ofrecer un timbre autónomo y personal más allá de los ropajes que las modas ofrecen.

En definitiva, un libro de un autor reconocido que cumple con las expectativas a los que se enfrentan los lectores de ese espacio de creación al que denominamos poesía.

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