HACE ya algunos años, Amusátegui y Corcóstegui se embolsaron, respectivamente, 43 y 108 millones de euros, por la salida de la entidad financiera en la que prestaban sus servicios. Más recientemente, se ha hecho público el caso de otro banquero que ha recibido 56 millones de euros gracias a su retirada de la vida activa y pase a la contemplativa. Algunos dirían que este es el verdadero camino de perfección, aunque la acumulación de riqueza no siempre ha sido impedimento para desarrollar una tarea creativa y productiva, vivir honesta y acomodadamente, contar con el apoyo y fervor popular, y el afecto político y económico, todo a un tiempo.
Pensamos en Publio Virgilio y en cómo su capacidad para versificar, su talento declamador y su calidad humana le hicieron acreedor de la amistad del pueblo, la de Augusto y la de Mecenas. Cierto es que los tiempos de aquella Roma del siglo I no son nuestros tiempos, pero no deja de causar admiración que a lo largo de su vida un poeta, dedicado por entero a su oficio, llegara a acumular al final de sus días más de diez millones de sestercios y un par de villas, una en Roma y otra en Nápoles. Tan impactante como la riqueza que acumuló a lo largo de su vida fue la repercusión que su obra tuvo pues, como ídolo de masas, tenía que refugiarse bajo una capa para desplazarse por la ciudad y sus hitos poéticos eran declamados y escenificados por toda suerte de intérpretes a lo largo del Imperio.