A veces es despedazar un cuerpo, acercarlo hasta la bañera y cobijar bajo un plástico, los miembros inertes.
A veces es huir de la ciudad, cambiar de nombre, abandonar casa, trabajo, mujer e hijos, cometer imprudencias, leer de nuevo a Kavafis, pensar que cada instante es el primero y no el último de una serie, es correr donde los niños corren como uno de ellos, y mezclarte en el mar con el profeta que anuncia que el mundo va a terminar, es saber que no hay motor primero ni gran explosión, ni procedencia total de lo infinito.
A veces es un martillo, una máquina neumática, un pulmón artificial.
A veces no es, absolutamente, nada.
Como la carga que portan cada una de estas palabras, yo las declaro proscritas, culpables, malditas.