Saben que el dolor es unánime. Que ni diosa triforme ni dios tridente son válidos para encauzar oraciones, que todo profeta se retira a un desierto o vive en él, o en él se pierde. Que a cada iluminación precede la total oscuridad o que ésta le sucede, saben, por eso les conmueve tanto el conocimiento de los otros, la plenitud del detective que engarza pistas y construye un mundo real de pequeñas pistas-ficciones. Saben que el dolor es una construcción, un edificio, una ciudad y un país entero, y que es necesario orientación digital, hablada y por satélite, para encontrar un itinerario válido, un destino. Pero ya no leen las cenizas que quedan arrestadas en el hogar del fuego, ni las cuencas de hueso de unicornio, ni tratan de curar su nostalgia con plumas de fénix o heces del asno de las tres patas. Porque lo imaginario ya no tiene valor real en su mundo.