Herminio Zayas.

El poema, en una cajita de latón, es entregado a este que os escribe por la encargada de relaciones públicas de la empresa Odyssey, sí, los afamados buscadores de tesoros. Porque todo esto va de un poema, de una historia, del pasado de una saga.

Al parecer, Herminio Zayas fue copartícipe de uno de los incidentes más deshonrosos que ha vivido la navegación mundial en el siglo veinte. Embarcó en el puerto de Montevideo en un buque de bandera americana un caluroso día de enero. Tenía intención de regresar a Santiago, de donde era originaria su familia, pues como todo criollo, pensaba que si su familia era de origen gallego, debiera ser de Santiago, patrón de la ciudad, protector de su negocio. El barco, apenas un par de días después de su partida es hundido por los torpedero alemán. El capitán y la tripulación, armada con parte del cargamento de armas que viajaba en la bodega, utiliza todos los botes salvavidas para ponerse a salvo. El capitán, enfurecido por la mala suerte, dispara a todo pasajero que le recrimina su comportamiento, y abandona el barco. El barco, lógicamente se hunde. 1940 a 2005, sesenta y cinco años más tarde el poema llega a mis manos. Pero claro. Hasta que no reciba disculpas públicas de Rafael Muñoz Zayas, mi intención es privarles del texto.


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