Es aquí donde empezamos a plantearnos si el nacimiento del hipertexto también supone la aparición de nuevas modalidades literarias distintas de las tradicionales. La respuesta que obtenemos, si seguimos examinando las peculiaridades del hipertexto, es sin duda afirmativa: nos encontramos antes nuevas modalidades literarias porque los conceptos clásicos sobre los géneros y la autoría de un texto se están transformando lenta, sutil e implacablemente, porque el soporte ha pasado de lo atómico a lo digital y porque los medios y alcances de estas obras difieren sustancialmente de las tradicionales.
Pero no sólo estos conceptos tan tradicionales sufren transformación, ésta va más allá y alcanza a todo el entorno del libro. Desde el momento en que autor y editor pueden fusionarse en una misma persona, se propugna la desaparición de las editoriales, de los agentes, se abaratan ostensiblemente costes de edición por la desaparición del soporte atómico, el papel, y se hace innecesaria la imprenta.
La relación entre autores y lectores se potencia porque ya el autor puede saber necesariamente cuántos son sus lectores, qué tiempo dedican la lectura de su obra, cuál es su verdadera aceptación mediante la comunicación que se puede establecer bidireccionalmente entre ambos, y cómo la opinión de los lectores de un texto puede ser automáticamente conocida por los otros en foros y libros de visita.
Hay que indicar también que el concepto de autoría se merma porque otra de las características del hipertexto es la de la retroalimentación, la cual, junto a la no-linealidad, lo hacen sustancialmente diferente al del texto tradicional. Es decir, un documento de hipertexto o hipermedia, puede ampliarse y transformarse a través de los lectores por diferentes vías: foros de noticias, correo electrónico, libros de visita, e incluso por la inclusión de datos o documentos mediante lenguaje de programación. Autores y lectores se convierten así en coautores del texto hipertextual . El autor, por lo tanto no da al lector una obra definitiva y cerrada, y como consecuencia de este hecho el autor tiene que variar su posición tradicional frente a su obra y frente a la herramienta con la que crea, el ordenador.
No quiero dejar de lado la idea que supone aunar la aparición de las nuevas tecnologías a un cambio de tipo antropológico que afecta a la naturaleza del objeto del término poesía. El autor y el lector de la nueva literatura están obligados a uno de los fenómenos que conlleva esta nueva era y del que también se ha hablado largamente: la alfabetización digital, reflejo del proceso evolutivo y transformador en el que vive inmerso el hombre actual.
Nancy Kaplan, cuyas aportaciones fueron de las primeras en este campo y que de una manera clara ha delimitado las habilidades técnicas que requiere ser un autor de literatura electrónica, nos dice lo siguiente:
“La alfabetización digital supone el conocimiento y las habilidades necesarias para hacer marcas en un documento electrónico, en una época electrónica y con dispositivos electrónicos. Tal conocimiento y habilidad incluye generalmente la alfabetización digital así como el manejo rudimentario del interfaz de una computadora, así como algún conocimiento especializado para la edición de documentos legibles desde un ordenador dominando el salvar un documento, imprimirlo y enviar al mismo a través de una red o similar.”
Para las ideas de Kaplan sobre la alfabetización digital no quedan sólo en este punto, van más allá, cito textualmente:
“También significa poseer el conocimiento y las habilidades precisas para llenar de sentido las marcas que uno encuentra en el mundo, decodificarlas y también dotarlas de significado y propósito. Una manipulación directa de los iconos de un interfaz, por ejemplo, requieren de su usuario comprender el sistema de símbolos y ser capaz de predecir con seguridad las consecuencias de ciertas acciones que el usuario puede necesitar realizar.”