Bucefalo

claro que esto le pasa
a todas las personas: te levantas
cada mañana, con la sensata determinación
de no encender un cigarrillo de no
abrir otro bote de cerveza de no
abrir la puerta con la mano izquierda y no
mirarte en el espejo y no respirar
demasiadas veces por minuto
y no contestar al teléfono
aunque revienten llamando
aunque tengas que romper
el hilo umbilical que lo une a la pared y no
tendrás remordimiento
no irás a trabajar
no llevarás a tus hijos al cole
no te pondrás el mismo saco que ayer
no te te teclearas con fu furia
no abrirás otro bote de cerveza
no atenderás ya más al correo
ni saludaras a los vecinos
que los zurzan, piensas
que una bomba atómica se los lleve
y a ti se te derrame la sangre por el cerebro
y se te trague la tierra
mientras rajas las ruedas
del coche de tu jefe
y que una nube radioactiva
te lleve por fin a una tierra bendecida–
por el silencio
y el descanso

y no tienes dudas
tu mal es una maldita
una maldita epidemia

y quedaras como siempre
remendando el café con una cucharilla
-un tanto sucia-
sin nada

nada claro
que pensar.

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