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Acerca de Rafael Muñoz Zayas

Rafael Muñoz Zayas (Panamá, 1972). Poeta y narrador, ha publicado los poemarios Leucemias infinitas (1996) y Sones de dicha (2001), este último obtuvo el Premio de Poesía Ciudad de Ronda. En 2011 se reeditó Canto del mal soldado (Musa a las nueve). Tierra de provisión (Libros del aire, 2013), es su último libro publicado. En 2006 publicó la novela Malestar (Kailas). @pilotodcombate

Hay algo irreal en las viejas fotografías

Aún queda cierta belleza

cierta belleza de ti

en el instante congelado de la fotografía
en la que miras de frente

yo como un muñeco de cartón caminando

no a tu lado
sí unos metros por delante de mí

y toda tú eres sonrisa sin mover los labios
estático el cabello
congelada la mano en el gesto
inútil de alcanzarme
quizás el brazo

el cabello aún está rizado y brillante
y el plástico cubre tu imagen
mientras el mundo se aja
como la piel de una sandía
expuesta al sol
o el corazón de un hombre
seco al cabo de unos años

es lo que le pasa a las personas
que han jugado a tus ritos

por eso sé
que si hubo otro tiempo
cuando el don Juan de los días felices
no sabía nada del ayer y nada del mañana
y el hoy era una incesante sucesión
de breves encuentros
donde sólo tu don de escapista
tenía importancia
ya nos es igual

también un cartógrafo
abandonaría su oficio
tras trazar sobre su espacio conocido
el milímetro de su medida

y por eso sonríes
como si te fuera la vida en ello

y lo que crecía entonces en ti
tenía marcada su hora punta
y ya parecías saber que ese amor
era como el vuelo último del Hindenburg

si observo con detenimiento el fondo de tus ojos
ahora que tan sólo permaneces ahí
en ese delgado espacio de la pantalla
donde has aparecido de nuevo
incapaz de deshacer la cuerdas
de abrir con ganzúas diminutas
los cerrojos con los que juegas
a aprisionarte
pequeña Houdini del pasado
en aquello que podemos llamar
los dos
de nuevo
hoy
debes saber
: ése que está a tu lado
detenido en el tiempo
ahora comprende
que de nada ha servido practicar mil veces
escapar de la muerte bajo el agua helada
si hay fragmentos de la memoria
que duelen cada día

y que estamos los dos ahí
viviendo
tan lejos
el uno del otro
que ya sólo permanecemos en el mundo
como metralla fósil
de otro tiempo

como arqueología fugaz
de la memoria

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Frank Kafka for president

La imagen de una mujer en una manifestación con una pancarta en la que se podía leer «Franz Kafka for President» me ha acercado de nuevo a su escritura, a las vicisitudes que su obra ha soportado a lo largo de los años transcurridos desde su muerte en junio de 1924. La imagen, tomada por David Fenton en una manifestación en la ciudad de New York, en 1968, no será el primero ni el último de los extrañamientos que suceden tras su muerte. El mismo hecho de que hoy día esa imagen circule por internet, como un pequeño post viral, de muro en muro y de correo en correo, no debería dejar de extrañarnos. 

En cierto modo, la imagen de Kafka es un ejemplo opuesto a la figura de Salinger, más aún si pensamos en la repercusión pública que tuvo la difusión de su obra durante su vida y la actitud tan diferenciada entre estos escritores y el entorno que les rodeaba. Son tantas las diferencias que, cuando medito sobre todo lo que les separa, sería mejor escribir sobre las coincidencias entre uno y otro, más que en sus diferencias.

Y así me encuentro tirando un poco del hilo de la escritura secreta y privada, estirando el ovillo de Ariadna que no nos puede conducir al exterior de nuestro propio laberinto. Estar de nuevo frente al tema del deseo de la escritura como placer personal, como labor íntima que no debe de ser descubierta ni ofrecida a los otros frente a la imposibilidad de dar luz a lo escrito, como una suerte de silencio impuesto por las circunstancias externas al autor. En cierto modo, la tecnificación de la comunicación y su masiva implantación en la sociedad humana contemporánea han evitado que este mal particular se extienda como un cáncer entre los creadores, en los tiempos actuales, frente al deseo de comunicar se impone la necesidad de monetizar el esfuerzo creador y darle la capacidad de generar ingresos que permitan a los escritores —y toda suerte de artistas en general— la posibilidad de vivir de su esfuerzo creador.

Ya Aldous Huxley, en 1931, se anticipó a la irrupción de los avances tecnológicos que iba a procurar en el mundo de la cultura un cambio sin precedentes cuando escribía lo siguiente: «Por cada página que hace cien años se publicaba impresa con escritura e imágenes, se publican hoy veinte, si no cien. Por otro lado, si hace un siglo existía un talento artístico, existen hoy dos. Concedo que, en consecuencia de la instrucción escolar generalizada, gran número de talentos virtuales, que no hubiesen antes llegado a desarrollar sus dotes, pueden hoy hacerse productivos. Supongamos pues… que haya hoy tres o incluso cuatro talentos artísticos por uno que había antes. No por eso deja de ser indudable que el consumo de material de lectura y de imágenes ha superado con mucho la producción natural de escritores y dibujantes dotados». Aunque su opinión personal puede compartirse o no por otros matices que merecerían un post aparte, resulta revelador la percepción que posee acerca de la tecnología como herramienta amplificadora de las artes y, por extensión, de cómo en la sociedad actual el valor del silencio del creador asume unos roles no comparables con lo de las épocas anteriores a la irrupción de la web 2.0.

Vuela de este modo la mirada a la figura de Kafka y a su deseo, incumplido, de que su obra inacabada fuera destruida a su muerte. Al igual que Virgilio, sentía que lo inconcluso, lo inacabado, no debía ser puesto en conocimiento público, sentimiento que refleja una mezcla de pudor y responsabilidad creadora que puede chocar con la de cierta exhibición impúdica de otros autores, como es el caso de Bukowski, que aunó en la misma proporción un impulso creador sumamente prolífico con una escasa autocensura a la hora de dar luz a sus textos, siendo su aparente frescura y espontaneidad uno de sus valores más apreciados, pero que dejaron poco material inédito —y de valor discutible— una vez fallecido. Con respecto a Virgilio, Plocio Tuca y Lucio Vario hicieron, en su caso, las veces de Max Brod para la Eneida, sin que tuviéramos la suerte o la desgracia de conocer el original que no llegó a terminar Virgilio, y sí la versión última que sus albaceas transmitieron y que ha llegado hasta nuestros días, versión que durante generaciones ha sido tomada como canon poético, y que, ya perdido hace mucho ese valor, ha pervivido hasta nuestros días por valores que lo atan al acervo cultural de Occidente.

Dejar de lado el papel que ocupa Max Brod con relación a la obra de Kafka es sumamente difícil a la hora de comprender la transmisión de sus escritos, tanto en su papel de salvador como de deformador, con su brillante capacidad para crear toda un banco de niebla ante la primera palabra escrita de Kafka y su llegada a sus lectores durante cerca de cincuenta años. Pues Max Brod, en tanto que modificó sutil o sustancialmente las novelas que nos han llegado de Kafka, dio luz a sus demonios interiores, demonios distintos a los de Kafka, no cabe duda, y cuya visión fue reproducida hasta que a su muerte, en 1968, los originales de Kafka pudieron ver la luz tal y como éste los concibió. Un ejemplo lo encontramos en la novela El proceso. En la obra original de Kafka, el protagonista de la novela, K., visita recurrentemente a Fräulein Elsa, una prostituta que regenta una especie de mesón, mientras que en la obra que Brod da a la publicación nunca es visitada por este. Para Taylor Klingensmith, en The Nature of Man and Joseph K., nos indica lo siguiente sobre este personaje: “Perhaps the woman who sheds the most light onto the life and nature of Joseph K. as they pertain to women is the elusive but provocative Elsa. Definitely one of the more anonymous characters within the novel, as she only has a small number of appearances as compared to the women previously discussed [Fraulein Burstner], she nevertheless proves essential in demonstrating a simple truth about the protagonist.” Una verdad que dejo en manos de los lectores y que ando un poco lejos de compartir.

Entre las lecturas de estos días hay una que traspasa el peso de la decisión al propio Kafka. No recuerdo la cita literal, pero venía a decir que si Kafka de verdad hubiera querido que la obra que dejó como legado a su muerte hubiera sido destruida, debió de haber ejecutado este deseo por su propia mano, en vida. Vida y muerte en la mano del autor para su obra, podríamos pensar. Puede que Kafka supiera de antemano que sus amigos se negarían a ello y que harían todo lo posible por publicar su obra, en especial Max Brod, su albacea. Aunque es muy posible que Kafka, sabiendo que la repercusión que tuvo su obra mientras vivía fue muy reducida, no tuvo en cuenta la posibilidad, tan azarosa, de la repercusión que ha merecido con el paso de los años. Tampoco imagino que llegara a pensar en que Max Brod fuera a malear a su antojo la estructura, los personajes, el estilo y contenido de las mismas en algunos casos y en otras a modificar el título de la obra. Pese a ello, lo que verdaderamente interesa de la obra de Kafka es su proceso de creación, la íntima vinculación existente con el yo literario expresada de forma inequívoca a través de sus textos deícticos y su correspondencia, así como de las transcripciones que sus amigos hicieron de las conversaciones que sostuvieron. En una carta a Max Brod le decía que la redacción de El castillo era «un descenso hasta los poderes oscuros». Un descenso lleno de nieblas, como el de todo acto creativo.

No sé qué se le hubiera pasado por la cabeza a Franz Kafka si hubiera vivido para ver su nombre escrito en una pancarta en New York reclamándole para presidente. Qué tipo de pesadillas le sacudirían, qué asombro se dibujaría en sus ojos, en qué cubículo de su mundo interior alojaría esta visión. A mí, pensarme en un mundo gobernado por su creación me sumiría en un terror sin límites.

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Diego Medina

Me acaba de escribir Isabel para comunicarme el fallecimiento de Diego Medina Martín, el alma mater de revistas como La Corná, dinamizador de la vida cultural de la Málaga de los ochenta y noventa, y que en el nuevo milenio encontró su hueco dentro de establishment cultural de la ciudad como director de la Colección Monosabio, dirección que compartió con Javier La Beira en su segunda etapa.

Han pasado quizás veintidós o veintitrés años desde que coincidí con él por primera vez. Siempre me llamó la atención su capacidad para mantener un especial humor frente a la adversidad que volcaba en sus interminables paseos por su barrio, en un afán por la lectura tan voraz como heterodoxo en el que tenía cabía en la misma tacada el Cantar de los Nibelungos con Los cantos de Maldoror, el gusto por la prosa refinada de Sade o la procacidad de las novelas eróticas de Apollinaire.

Durante los años que más lo traté y en los que llegamos a tener una amistad de la que dejan huella, le debo la lectura paciente de mis poemas y las lecturas sorprendentes que siempre tenía entre manos y que me hacía llegar con gestos llenos de generosidad: un libro de Fonollosa que me regaló con la recomendación expresa de que lo tomara de ejemplo, una antología de poesía japonesa comprado por un euro en un cajón de libros de saldo de una librería del centro y que compró pensando que quién mejor que yo para conservarlo, y que siempre tenía un rato siempre para charlar y dar un paseo si su estado de ánimo se lo permitía.

Suele sucedernos a las personas que en algún momento u otro tomamos caminos que nos separan. No hay una razón concreta, es el mismo devenir de la existencia. Las últimas veces que nos encontramos fue en el Rincón de la Victoria, cuando bajaba a darse una vuelta por el paseo. Casi siempre llevaba un libro o una agenda en la mano, de esas en las que tengo le gustaba a escribir a mano aquellos poemas que en mi imaginario personal han alcanzado el grado de leyenda poética, donde hace muchos años puso en marcha una novela (Esperando al lado de la ventana) que no envejece con el tiempo y que gana en frescura y agilidad conforme se relee.

Hoy ha fallecido Diego Medina. Se va con él un tiempo hermoso, un compañero de muchas horas y vivencias, un amigo que hizo posible que mi primer poemario viera la luz. Hubo días buenos y noches malas, ahora prevalecerán las  buenas sobre las malas.  Casi todas las recordaremos con nostalgia.

Sálvese su poesía de nuestra zozobra:

ES TRAJÍN

Es trajín:
la vida suele ser de otra manera
en esta clara penumbra
donde ahora
la muerte se perfila
invisible a mi mirada
que la razón inunda
no aparece el sujeto de inmediato
los caminos intuitivos
que preceden
ni padecimiento ni mutismo
pura madurez configura el viaje
racional y subversivo
en esta clara mañana que penumbra
ahora bien: Sé decirte sin dudar
que el origen del Método
no es
declararse victorioso en las Ideas
ni condenar la condición adecuada
de vencido
mas es indispensable la Aventura
andar perdido cierto tiempo
rescatar Amor y Muerte que
pretenden suplantar la misma Vida

Es trajín:

 

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Credo

Este credo
no era el verdadero

no hablaba del árbol
no palpaba el tronco
no degustaba la hoja
ni contemplaba la rama

ni atendía en sigilo
el discurso del fruto

no era el verdadero
no era un continente
no sabía del límite
de la tierra con el mar

no sabía la natural frontera
que nos separa del aire
del vértigo de la sima
ni del terror del acantilado
cuando nadie mira a tu lado

no era el verdadero
no hablaba de sus manos
ni del tacto de su cuello en mi lengua
ni de su espina dorsal como una enredadera
negaba las piernas y negaba su sexo abierto
el abracadabra de un destello apenas vislumbrado
mientras cerraba los ojos
y un cuerpo es con otro
vuelta a ser uno

y no proclamaba el cielo del lóbulo extinto
ni el pulso de su corazón bajo mi mano
mientras la tarde se hacía plomo
y palpitaba

ni la mirada que acompaña al placer fue bendita

nos negó la creencia exacta
lo que hace que amar sea algo táctil
la experiencia
el saber
el olfato

todo lo que es humano y no es bello
y es visceral y crudo
insaciable
como tu piel
cuando la noche

y juntos
nos escondemos.

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ciudad de Alejandría

Alejandría

La primera vez fue una suerte sin límites,
fue como romper la banca de un casino
con la última ficha que resta en la mesa
fue reencontrar —sin saberlo—
un pedazo de tierra
al que uno podría pertenecer,

no importa, en realidad,
el momento en el que suceden las cosas,
pues aún hoy queda
un olor indefinible que te regresa
al momento en el que tu avión
sobrevolaba el delta del Nilo,
y pudiste ver el verde de las mezquitas
o la sombra de un faro sumergido
-profundo y devorado por el rompeolas
y su movimiento-
mientras descendías lentamente y te alejabas
hasta la ciudad asediada por el desierto

y ahora que has tomado la distancia
que impide todo regreso
te hace feliz saber
que conoces la simetría de la costa
y adivinas dónde se hundió
un pequeño velero junto al espigón
del restaurante griego

y te aventuras a señalar en un mapa
el punto preciso en el que los palacios
se hundieron en el mar,

y podrías indicar la calidad de los materiales
y simular el murmullo de los actores tras sus muros
mientras escenificaban un pequeño texto de Plauto
o rememoraban alguna oda de Píndaro
y soy capaz de enumerar,
uno tras otro,
los dioses que debieron de protegernos
y que nunca lo hicieron

y sumergirnos
como buzos entre los remolinos
que poco a poco desdibujan tu memoria
mientras recuerdas de nuevo el camino
a los palacios de Heraclion o Canopo
y alguien te pregunta
mientras sueñas
quién eres

pero ya eres
como todas las sombras
de otro tiempo
: no puedes
no sabes
qué responderles

no importa, en realidad,
lo que puedes decirles,

las personas no somos más
que la suma
de un tiempo que se acaba.

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Somos el fuego

somos el fuegoMuchos de nosotros no encontramos

la virtud del término medio

preferimos que el fuego robado y su resplandor
guiaran nuestra mirada
que trazaran el correcto apotema
hasta el centro de esta figura
desigual y perfecta
que es nuestra vida

casi no nos dimos cuenta
: son otras manos las que juegan con ella
otros dedos son los que doblan
y desdoblan sus pliegues
los que aquilatan sus ángulos
los que redondean sus aristas
rellenan sus simas y liman sus cumbres
y requiebran donde mayor resistencia encuentran
nuestra voluntad de papel
para que su forma se amolde
a lo que el mundo espera
en realidad
de nosotros

nosotros
que no llegamos a comprender
que somos el fuego robado

su resplandor

su rescoldo

lo que no dura
más
que este instante.

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Kavafis

KAVAFISNo es verdad, te dices,
que el maestro viviera aquí.

Miras el portal de su casa y elevas
los ojos hasta su ventana
y una muchacha
te mira desde la tienda griega de la esquina
como si quisiera decirte que tras la puerta
tan sólo encontrarás
lo que tú mismo eres cuando llegas a casa,
a veces,
un hombre solo sentado frente a un escritorio,
uno cualquiera que mira tras la ventana
sin saber que fuera
a la intemperie
todas las señales indican
que se acerca una tormenta,

No es verdad, te dices, que seamos iguales.
Y hoy pasas de largo y vagas de nuevo
hasta la costa

y hay cierta belleza en caminar
por donde nada entiendes ni conoces

cierta suerte infinita
de haber cruzado al otro lado,
y aspiras el humo de un Camel
con tanta fuerza
que desearías quemarte
algo más
que lo labios

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Malestar, Kailas, Madrid, 2006

A medida que descubre la atracción que sobre ella ejercen otras chicas, una joven adolescente va acercándose a la solución de sus conflictos afectivos y dificultades vitales a través del asesinato, de la agradable sensación de poner fin a otras vidas. Los personajes de esta novela carecen de nombre propio, de un alias que nos ayude a nombrarlos; se construyen a través de retazos de un diario, conversaciones de chat, llamadas telefónicas. Son figuras de un mundo a veces ininteligible, pero al que damos forma con cada uno de nuestros actos. Sus pasiones afectan a la naturaleza más profunda del ser humano contemporáneo: la familia, el mundo de la infancia y la adolescencia, la atracción sexual o la soledad.

Malestar es, sobre todo, una historia sobre el impulso ambivalente de poseer lo que amamos y de destruirlo si nos es negado.

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Oración para una mañana de domingo

Dejad que el fuego se extienda
que no haya ocasión para el viaje
que este círculo crezca hasta el origen
que se consuma hasta el último rincón
de esto que llaman Tierra
que el mundo cargue sus armas con el miedo
que el amor sea una lluvia de uranio
que el viento del oeste borre tus huellas en la arena
que no quede nada que te pertenezca en mi memoria
que nadie pueda levantar una mano en falso
mientras el fuego se extienda
mientras esta nada se lo lleva todo
mientras este dolor domina selvas del norte
que no haya ocasión para el viaje
que el amor sea tu lluvia
tu lluvia de uranio
el horror de tus ojos
una vez más.

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